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miércoles, 6 de junio de 2012

Del dialogo con una gargola



En la ciudad parisina
la luna se esconde
y el cielo llora.

Princesas vigilan esquinas,
en sus casas los condes,
y en la iglesia alguien ora.

En su tejado una figura
escudriña con sus ojos
la siniestra ciudad.


Al pasar por esta cuna
de fe, un gorgoteo se oyó:
-Tus versos cuidas,


sangras por aquella 
a la que amas
y mueres si la ves.


-Es lo que siento por ella,
espero que un día la calma
lejos de mi me lleve.


Y desde entonces, una gárgola
en la catedral de Nuestra Señora,
con simpatía sonríe.


Sonríe pues conoce la ola
que acabará con mi hora.
Dijo: -Hasta entonces, vive.




De cómo alumbro el camino




Véanse las marchitas hojas, 
caídas sobre un manto,
con tonos ocres y rosados
sea pues, esta, mi alcoba.
Un manto oscuro que cubra 
la oscura razón divina,
la belleza de las ninfas;
que darán a mi deseo, sepultura.
Luceros que alumbren el camino,
serán las estrellas,
dichosas, pues se parecen a ella;
que, poco a poco, abracen el frío.
La precipitada huida 
del viento, que doblega cuerpos
y moldea sueños,
será una carencia musical.
El rodar de cuerpos
pétreos
será la música.
Con la caída de alba,
el momento de alzar las alas.
Se aproxima el gélido frío.


Lágrimas de un ángel


¿Merece el rico ser pobre?
¿y el pobre rico?
¿Merece la luna ruborizarse al alba?
¿Merezco verla?
Hacerla el mal no es licito,
que mi necedad sea cobre
que no reluzca, y mi alma
fruto de las llamas, pues hice mal a ella.
Desde que el ángel derramó su lagrima
tornaron se marchitas
las flores de su jardín.
La tristeza se apropio de ella,
dibujo en su semblante mella
de sentimientos no correspondidos.
Hice mal, lo admito,
a este juego pierdo
cual estúpido. Un mito
si compartiré el resto de mi tiempo.
Esta falta de acierto condena
a toda aquella que sopesa
la brava idea del tiempo eterno
con este esperpento.
Pues si esto fueran aquellas
Luces de Bohemia sería
no más que el admirador de Estrella,
y mi cuerpo, animal sería.
Pero no es momento de
citas celebre
ni ruegos, si lamentos;
hora de pedir perdón.
Perdón por ser, querer y sentir,
perdón por pensar pensamientos
perdón por sentir sentimientos,
perdón por ser y no ser,
perdón por aún no poderte querer.
Que las interminables horas
vaciás vacíen mi mente
de sus recuerdos, que son horca
en mi cuello, a la espera del silencio estridente.
!Que se lleve lejos recuerdos
y heridas y sueños y pesadillas
y nombre y saludos y besos
y hasta sillas compartidas¡
Volver a ser uno con alguien,
aspirar a entenderme mejor,
suspirar si pensé que el bien
que hice tornase mal; pues ahora es mi peso.
Peso que me hunda lejos
de ella, lejos de todo,
lejos del "tan y a poco más"; flecos
vacíos de esta frase, eso soy, solo.

De cómo izó su bandera


En los inhóspitos parajes
de su mente,
no hay recuerdos, ni gente,
ni botellas ni sables.
Sobre un fondo negro
descasa la jaula.
Murmullos la mecen en la penumbra,
y su libertad; será su entierro.
Convencido de que la jaula aguanta,
él, continua el camino,
siguiendo el brillo
incansable de las cristalinas aguas.
En un bergantín
hecho con los restos
de sus sueños,
unidos por la carencia de un fin.
Por bandera, la sonrisa de su musa,
y con la fuerza de un maldito
que, sigue vivo,
navega en agua poco profundas.
Cada mañana iza
la bandera,
pues busca quien le quiera,
busca una sincera sonrisa.


De cómo tejió un sueño






A la hora en que las brujas,
todas juntas,
toman el te,
en su alcoba apareció él.
Entre el ruido diurno 
de las calles, el turno
de guardias en sus aposentos tuvo lugar, ceremonioso y lento.
Tras la ventana
una muchacha de tez clara, y en su frente
mares de tinta vio esparcirse.
Sin dudarlo siquiera
entró por la ventana y cerró la puerta.
A prisa recorrió la alcoba 
con la vista; entre cosas,
sin valor; propias de la realeza
se encontraba su alteza.
No era su alteza, sino
la futura reina de este rincón
tétrico del teatro clásico
y del propio Edipo.
Se acerco, poco a poco,
con delicadeza colgó
en su interior
cualquier resquicio de odio.
Se poso a su lado. Apartó, con una mano
el pelo de la oreja
y, con voz limpia y serena
recitó una dulce nana;
una de esas baladas
de cuna.
Y se durmió acunada por la luna.
Al empezar la segunda nana, un crujido, 
un paso indeciso,
y un roto silencio.
Una humilde doncella
desde la puerta, atenta,
prepara un grito;
pero él apeló al silencio.
Extiende las alas,
se acerca hacia la ventana; en el suelo una pluma
y ella dormida en los brazos de la luna.
A la mañana siguiente
los soldados buscan impacientes,
las doncellas preguntas a brujas, y la princesa busca a aquel que tenga otra pluma.


Él viene (introduccion al mundo maldito propio)

Él viene
de un lugar viene, del lejano oriente,
de un nido de serpientes,
de algún maloliente
tugurio en que el cliente
su dinero pierde.


De los recónditos rincones viene,
de un bosque encantado viene,
de un barco sin bandera viene,
de entre la niebla matinal viene,
de un suspiro viene, de un sueño viene.


Dibujo sonrisas en rostros juveniles,
juveniles chiquillos sin él se hicieron mayores,
mayores lloraron al oír sus poemas, poemas, ahora recubren su cuerpo,
cuerpo propio del compañero de la muerte,
muerte le quieren dar. Antes,
antes de que cierres los ojos,
ojos con lagrimas de zafiro tendrás.
Tendrás eso y recuerdos vagos,
vagos, los sueños de su fardo,
fardo tejido con recuerdos,
recuerdos, que, en su cuerpo queman.


Esta si es la historia que hizo
que hasta el más cantarín de los grillos
mudo quedase,
bufones llorasen,
y de pena flores
perdieron sus coloridos colores.